
Odio cuando son las once de la mañana porque empieza el día, porque debo renunciar al sueño y abandonar el lecho. Cuando estoy despierto mi estomago me pide punzantemente alimento, y detesto pensar cuantos pasos tendré que dar para llegar a la cocina y mucho mas darlos.
Que abrumado me siento al tener frente a mi la misma comida de todos los días, en el mismo hediondo plato, con la misma leche agria y en el mismo rincón oscuro de la casa. Constantemente he pensado que ellos me odian, del mismo modo que yo los odio. Por más que busque donde escapar no logro encontrar la salida, la puerta siempre esta cerrada, las ventanas son muy altas, los suficiente como para querer tratar de alcanzarla, como odio esta casa, quien sabe como diablos llegué acá si hubiese dependido de mi preferiría morir ahí mismo a que poner un bigote en esta prisión.
Son las cinco, odio cuando el tiempo pasa sin descuido, y ahí llega él y ella, odio cuando vuelven, si no fuese por que me alimentan… los odiaría más aún.
Como es habitual él me llama desde la puerta mientras cuelga su chaqueta -¡Domitilo! ¡Domitilo!- gritaba, sabiendo bien que no iría. Se sentó en el sillón al lado mío, me hizo, como es rutina, el desagradablemente cariño en mi cuello. Mordí bruscamente su dura y seca mano y me fui -¡Cada día más odioso está ese gato!- le dijo a su esposa, -Es solo un gato…- respondió ella.
entrada nº 50!! yupi!!