En aquella tarde, con un sol que atravesaba más de lo normal el oscuro y espeso aire de la ciudad, las manos les temblaban al acercase a su bici, como es común, a las tres con algunos segundo, no mas, para ir en busca de un nuevo muro, pero estaba vez seria el ultimo.
Se fue a una velocidad media, estaba distraído, pensando en muchas cosas. Sí, seria el último muro, ¿Y después que? ¿Qué haría después? También la incertidumbre de que tal vez ahí, en ese metro cuadrado se encuentre la puerta de salida de la que solo sabe Samuel Leiva, el dueño del basar del “Ramón”. Que solo él sabe hacia donde se sale, se entra, el como, el porqué y ser él, solamente él quien lo sepa.
Se detuvo, miró su mapa, se fijó en las murallas con sus números respectivo, que el mismo puso. Estaba cercar, solo tenia que dar la vuelta a un edificio enorme, quizás el más grande de por aquí, con cinco pisos de altura, de seguro podrían ver al otro lado del muro. Acelero, titubeando, dio la vuelta y se encontró con una muralla muy distinta a todas, a un lado había una pequeña puerta oxidada a tal punto de ser completamente café y al otro lado, una muralla que estaba llena de musgo, húmeda, con hongos por todos lados. Tan húmeda estaba que incluso un chorro de agua serpenteaba toda la muralla.
Quedo tan asombrado, impactado, ametrallado por este muro tan misterioso, que no aguanto las ganas de saber que había detrás. Intento abrir la puerta pero esta no tenia cerradura. Puso la bici de lado apoyada a la pared, puso sus pies en el asiento en que muchos traseros habrían pasado por él, pero pies, nunca, nunca. Luego puso un pie en los manubrios, estiro sus manos pero aun le faltaba por llegar, sin pensar en alguna clase de peligro, saltó y logró con sus dedos apoyarse en el mojado borde del muro, subió y se sentó para mirar, pero lo que miró, nunca lo había visto antes, ni imaginado, incluso, en algún raro sueño...
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