Una piscina gigante, con enormes trampolines y con mucha gente que en nada se parecía a la gente de la ciudad, había un olor a limpieza, a pureza, el cielo de color celeste, el aire era distinto a la de la ciudad ¡Había pasto! ¡En abundancia! Árboles, aves y bellos animales.
La extraña gente de pelos con colores claros, cuerpos blancos y esbeltos, quedaron estáticos, mirando al pequeño Pericles. Dejaron de lado su juego de “poker”, sus “martinis”, de lado al mayordomo, sus diamantes, sus bronceados, sus placidos descansos en el agua y sus saltos en el trampolín, por un mocoso de piel morena y mas oscura aún por el sudor y el piñen. Lo último que vio Pericles, fue a Samuel Leiva entrando por la oxidada puerta del suelo, lo miró sorprendido más que nada impactado y luego miró a un gordinflón que estaba en el agua y le hizo una seña con las manos. El dueño del “Ramón” tomó una escopeta y le disparó justo en la frente a la altura de las sienes.
Samuel fue a devolver a los padres de Pericles la bicicleta del difunto niño que mucho antes le había pertenecido a algún niño del otro lado. Le contó lo ocurrido a su padre, que en sollozo le dio las gracias.
La hermana menor al ver la bicicleta se acerco a su padre para preguntarle donde estaba Pericles, el miro con pena el metal en sus manos y dijo:
-¿Pericles? –de manera seca el padre.
Y se fue a enterrar la vieja bicicleta. Diciéndose para si mismo en voz alta, así es la vida, así lo quisieron, por algo esta el muro, así lo quisieron… botó una lagrima que destrozó su tosco cuerpo y dejo una gota deslisandose entre los rayos de la rueda.
FIN
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